Materia de introspección
Alicia Murría
Diario 16, Zaragoza, 1991
Diario 16, Zaragoza, 1991
Aníbal Merlo (Buenos Aires, 1949) se afincó en España el año 74 y desde mediados de los ochenta ha expuesto en nuestro país con cierta regularidad. En los últimos tiempos este argentino ya medio español ha ido despojando su pintura de elementos reconocibles para reconducirla hacia terrenos más densos y atmosféricos donde los planos se confunden y donde las referencias al anecdotario biográfico aparecen diluidas en un clima de brumas. Parece tópico referirse al «paisaje interior» para aludir a esta pintura que cristaliza en superficies neutras, empastadas, que invitan a deslizar los dedos, convertidas en pura materialidad; pintura introvertida, intimista, que da escasas claves, a excepción de algunas sutiles alusiones al paisaje imaginado.
Desiertos, brumas, tiempo detenido y una severidad que se construye con el color, tormentoso y abismal, en grises, negros, blancos, tierras; azules indecisos y algún rosa ensuciado en un proceso que logra, ya sea en la tela o en el papel, calidades exuberantes pero sin estridencias, contenidas, a base de fórmulas escuetas y contrastes mínimos.
No parece necesitar Aníbal Merlo desarrollar su lenguaje en grandes formatos, aunque las dos piezas de mayores proporciones, en la sala inferior, marcan momentos fuertes en la exposición. Los papeles, en la planta superior de la galería, resultan sugerentes con esa especie de pronunciada orografía cubierta de cera sobre la que la luz resbala como si se tratase de un muro desgastado.
El color crea en algunas piezas superficies casi «Turnerianas» filtrándose a través de estratigrafías de abundantes niveles; en otro caso, en cambio, el cuadro gira en tomo a una línea que tensa toda la composición, ondulándose o quebrándose en ángulo, y otras veces es un papel pegado a la tela, a modo de «collage», que focaliza la atención.
Pintura que se apoya sobre una sólida base técnica que, embargo, no pasa a primer plano, que no se erige en protagonista, y que resulta elocuente bajo ese aspecto de cerrada intimidad que es, en el fondo, un ejercicio introspectivo.
Desiertos, brumas, tiempo detenido y una severidad que se construye con el color, tormentoso y abismal, en grises, negros, blancos, tierras; azules indecisos y algún rosa ensuciado en un proceso que logra, ya sea en la tela o en el papel, calidades exuberantes pero sin estridencias, contenidas, a base de fórmulas escuetas y contrastes mínimos.
No parece necesitar Aníbal Merlo desarrollar su lenguaje en grandes formatos, aunque las dos piezas de mayores proporciones, en la sala inferior, marcan momentos fuertes en la exposición. Los papeles, en la planta superior de la galería, resultan sugerentes con esa especie de pronunciada orografía cubierta de cera sobre la que la luz resbala como si se tratase de un muro desgastado.
El color crea en algunas piezas superficies casi «Turnerianas» filtrándose a través de estratigrafías de abundantes niveles; en otro caso, en cambio, el cuadro gira en tomo a una línea que tensa toda la composición, ondulándose o quebrándose en ángulo, y otras veces es un papel pegado a la tela, a modo de «collage», que focaliza la atención.
Pintura que se apoya sobre una sólida base técnica que, embargo, no pasa a primer plano, que no se erige en protagonista, y que resulta elocuente bajo ese aspecto de cerrada intimidad que es, en el fondo, un ejercicio introspectivo.