Los caminos secretos de Aníbal Merlo



Álvaro Delgado-Gal ABC de las Artes, 1996

En contra de lo que algunos dicen, el arte moderno no es popular. Ni siquiera es popular el arte presuntamente popular. No es popular Mondrian, ni es popular Pollock.-ni lo es el Picasso posterior a las etapas azul o rosa.

¿De dónde procede esta dificultad del arte para ser penetrado por el gran público? Ortega, en su serie de la «Deshumanización», ofreció una explicación sugestiva, La tesis orteguiana, en esencia, vincula la impopularidad del arte moderno a su esoterismo. Según Ortega, el arte ha vuelto las espaldas a lo que es asunto o contenido temático y, en su lugar, ha propuesto al espectador una especie de jeroglífico en cuyo centro está el arte mismo.

El arte como mero lenguaje o presencia formal. Prudentemente, Ortega declina pronunciarse sobre la bondad intrínseca de este desarrollo y se limita a señalar que se trata de un hecho, de un acontecimiento social y cultural. La tesis orteguiana, caso de ser buena -y en gran medida lo es- deja en manos del crítico la tarea formidable de aclarar, pintor por pintor, artista por artista, qué curvas, inflexiones y secretos encantos encierra el jeroglífico del arte. Por qué el jeroglífico es interesante y qué caminos se recorren con destreza o, a la inversa, se apuran a uña de caballo y de modo rutinario,

Viene esto a cuento de la exposición que Aníbal Merlo acaba de inaugurar en la galería May Moré. Aníbal Merlo no es un pintor vulgar. Su gusto para el color es exquisito, pero no es ésta la razón por !a que no es un pintor vulgar. No es vulgar porque intenta cosas, que unas veces le salen bien y otras menos bien. A demostrar que cabe asumir grandes riesgos moviéndose en los límites de la abstracción, y a veces en la abstracción absoluta, van dedicadas las líneas siguientes.

Los tonos en añil, y el uso de acríiicos sobre madera, dominan las dos salas de la galería, A estos datos escuetísimos añadiré que hay algunos excelentes dibujos en tinta de tamaño reducido, y una manipulación interesante de los formatos de los cuadros.

Varios se reducen a tiras horizontales, otros, a tiras verticales. Pensarán ustedes que, con estos elementos, es difícil eludir la uniformidad, Pues no, se equivocan.    Hay una clave en la muestra: la organización del espacio con ayuda de signos gráficos sobre una superficie jaspeada. Se aprecia de inmediato que el empeño no es baladí, comparando, en la sala inferior, los listones horizontales con los verticales.

¿Qué ocurre? Pues que los primeros son mucho mejores que los segundos. ¿Por qué? Porque tendemos a «leer», es decir, a recorrer sucesivamente un alineamiento horizontal de formas, en tanto que las formas verticales son percibidas por nosotros como un todo, De resultas, es mucho más complicadio componer en vertical que en horizontal. De hecho, los listones verticales flojean en este caso desde el punto de vista compositivo.

No pasa lo mismo con los listones, verticales también, de la sala superior, a los que Merlo ha dotado de mayor ligereza mediante grandes líneas que rompen el haz del cuadro de arriba abajo. Un golpe de muñeca, y ya estamos en otro mundo.

No es menos intrigante el diálogo implícito con la figuración. “Paisaje con señales”, que sugiere o evoca una puesta de sol, es un cuadro fallido. El motivo concentra nuestra atención y suscita simetrías simplificadoras.

Sucede lo inverso con “Rutas migratorias”, cuya estructura abierta iguala la magia de un Miró. Para apreciar cierto arte, conviene acudir al microscopio. En ocasiones, vale la pena.




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