Aníbal Merlo, obsesionado con el tiempo




Jesús Gironés
Vértice de Pozuelo, 1997
La belleza surge, espléndida en su enigma,  incitándonos a iniciar el viaje. Escultura y pintura, el mismo afán para crear con renovada pasión. Cada día es único y el último. De todo ello habla el artista: abre los ojos.

Hay artistas que eligen un camino de fidelidad personal absoluta. Su obra está al margen de las modas. Intentando desentrañar lo más profundo que hay en ellos, descubren lo más enigmático de nosotros mismos, la materia de la que están hecha los sueños, que en nuestro caso no es plomo precisamente. Y es mucho más sencillo de lo que puede parecer. El mismo artista cuenta que el secreto de su última escultura tiene su origen en las piedras que le gustaba partir de niño, para descubrir su interior cristalino.

En su exposición el otoño pasado en París mostraba la obra a la que tan bien nos acerca Ana Lucas: "El tiempo, integrado como un elemento más, es para Aníbal Merlo un orador elocuente, el artífice que talla y desgasta, que imprime y borra, el que construye estratos y sedimentaciones, labra formas y cuevas, erosiona la materia hasta quebrantarla, provoca vacíos y oquedades. La madera se torna en milenaria roca horadada por la constante acción del agua. Procedentes de sus lienzos persisten huellas de otras vidas, de reminiscencia animal y vegetal: zigzagueantes serpientes, esbeltas hojas. A la cronología biológica se añaden rastros que marcan los distintos tramos de un deambular. Extraños enseres y misteriosas marcas quedan impresos como instantes

de detención de desconocidos cortejos, de peregrinaciones misteriosas que señalan rutas hacia ignotos lugares. Todo son pistas para el sagaz explorador. Aquel que sepa interpretarlas hallará la senda".

Del viaje

Miguel Fernández-Cid se ha referido a él como "un cartógrafo obsesionado por el tiempo". Viajero al fin muy especial. He aquí su territorio: "Paisaje sin habitar, huellas del paisaje, recuerdos, memorias: se unen los surcos, las marcas, a veces heridas. Densas, nunca intensas. Nunca grito sino tiempo. No es otro el argumento: los viajes de un cartógrafo obsesionado por el tiempo".

Aníbal Merlo vive en Pozuelo desde hace diez años, con su mujer, Beatriz -médico del Ruber Internacional, por más señas-, y sus hijos Alejandro y Lucía. Diez años de los que le sorprenden los cambios que ha visto en el municipio desde su casa de la calle Arquitectura, calle a la que hay que reconocer un trazado curioso, en una zona dedicada a las Bellas Artes, donde no faltan la de la Escultura ni la de Teatro. Trabaja en un estudio que poco tiene que ver con el anterior madrileño, en el que Juan Manuel Bonet veía algo de nido de águila. Este pozuelero estaría más cerca de una madriguera, aunque la luz no le sea ajena. Muy ordenado, el artista cuenta que no puede permitirse en este espacio el desorden, porque le invadiría, impidiéndole trabajar. Allí se ven algunas de sus esculturas, que al aparecer tan juntas forman un enigmático bosque de formas sinuosas. Y los cuadros perfectamente colocados, a modo de biblioteca.

Aníbal Merlo nació en Buenos Aires en 1949, y reside en España desde 1974. Es un "argentino madrileñizado", que ya ha pasado la mitad de su vida aquí. Vino por el deseo de descubrirse a sí mismo al cambiar de espacio vital, sin pensar que su estancia sería definitiva.

Su primera exposición individual fue en Alemania, posteriormente mostraría su obra en Bélgica y Austria. En España lo hizo por primera vez en el Centro Cultural Nicolás Salmerón y posteriormente en la Galería Emilio Navarro. Ahora su galería española es May Moré, en la que se verá su trabajo el próximo junio, tra su presencia en ARCO 98. En noviembre expondrá en Buenos Aires.

Los ojos del alma.

Una trayectoria que bien conoce Marcos Ricardo Barnatán, que descubre el secreto de una obra que hace que se abran "los ojos del alma". Esta es la parábola que elige: "Escribió Filón acerca de las resbaladizas fronteras que separan la belleza de la filosofía de la fealdad de la sofística, y nos enseñó la dificultad del discernimiento, tan común entre los hombres vulgares, que les impide vislumbrar la luz de los conceptos a causa de la debilidad de "los ojos de su alma". Esos ojos del alma que tantas veces debemos estimular para que se desperecen y den crédito a muchas manifestaciones artísticas que se diferencian del rutinario y trillado sendero. Abrir y desbrozar nuevas sendas es la ardua tarea de los artistas verdaderos que no se resignan a repetir lo sabido, reiterar la realidad o entregarnos la rotundidad de lo obvio".

Jesús Cobo destaca el riesgo de una obra que elige la frontera como territorio ambiguo para desarrollarse. A cambio "los hallazgos son profundos e insospechados. Allí donde se cruzan los caminos, donde chocan y rompen los impulsos, donde se desvanecen todas las seguridades".

Es Fernández-Cid quien señala su "peculiar sentido del orden, de la contención, de la medida". Calvo Serraller ha resaltado su talante romántico, "su sentido simbolista, su amor por lo orgánico, su imaginativa plasticidad (...). Merlo inventa mundos, cuyos restos luego materializa, procurando subrayar su aspecto arcaico, su dimensión ancestral, como fuera de tiempo. En cierta manera, es un artista de mitologías, de raíz, en efecto, muy romántica".

Todas las fotografías preparadas para ilustrar esta historia ban sido colocadas frente a mí en la mesa. Son un itinerario hacia el conocimiento. Enigmas de lo íntimo, caminos de belleza y conocimiento, arqueología de la desnudez. Una travesía fascinante que apenas ha comenzado.




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