Dentro del Paisaje / Inside the Scenery
Rosa Olivares
Catálogo de la exposición en la galería May Moré, Madrid, 2001︎︎︎Scroll down for English text
Catálogo de la exposición en la galería May Moré, Madrid, 2001︎︎︎Scroll down for English text
Estamos viendo escenas de un paisaje deshabitado. Se trata de un mundo sin duda conocido, de lugares que podemos reconocer pero que se presentan aislados, que pertenecen a escenas del recuerdo o del sueño: estamos entrando en un mundo irreal del que reconocemos las mismas formas habituales en otros mundos pero que tiene también una superficie distinta y, a veces, sorprendente.
La literatura y sobre todo la pintura y la fotografía, se han ocupado del paisaje de una forma metódica, sistemática. Pero a pesar de ese trato constante, de esa presencia permanente, el paisaje sigue siendo un concepto abstracto, una abstracción compuesta de elementos de la realidad. Desde San Agustín se acepta la visión intimista de un paisaje no limitado únicamente a los parámetros geomórficos de la superficie de montes y de valles. Y aunque los románticos se dedicaron a presentarnos a la naturaleza como una fuerza terrible y absoluta, queda siempre la posibilidad de retomar las miradas indirectas, las pasiones suavizadas por el entendimiento, o simplemente ensimismadas por detalles que, anodinos para unos, ocultos para los más, pueden convertirse en mundos paralelos.
El trabajo de Aníbal Merlo siempre se ha situado en ese lugar sorprendido. Sus obras, ya sean pinturas, esculturas y, últimamente también fotografías, beben todos en los mismos ríos y pasean por esas mismas superficies extrañas, y las formas de sus cuerpos, las superficies de la piel de sus cuerpos es parecida pues todos ellos -pintura, escultura, fotografía- proceden del mismo lugar. Proceden de una idea, de un mundo real y a la vez irreal pues es así después de que el artista los haya transformado. Y esa transformación comienza en la mirada del hombre, en la mirada con la que Aníbal Merlo observa el todo y aísla de ese todo ciertas partes. Pero, en este caso, la transformación que se realiza en el proceso de trabajo se hace a través de muy diferentes medios. En la pintura o en la escultura, es el taller, las mezclas de colores, el dibujo de formas abstractas sobre superficies en las que el color, siempre suave y lleno de tonalidades, define un ambiente; en los cuadros no existe la figuración, sin embargo en las esculturas la realidad es inevitable, y sus cuerpos presentan esas transformaciones que las convierten de algo real y reconocible en otra cosa, que aunque a veces es también reconocible es siempre irreal y a las que nunca podemos dar un nombre. Son esas formas propias de los mitos y que llegan a nosotros a través de sus ritos y de la moderna asimilación de una historia del arte que ya nos ha llevado por el camino del simbolismo y del surrealismo a suficiente profundidad como para saber qué cantidad de irrealidad se puede conseguir con un alargamiento de los cuerpos.
Tal vez hoy en día sea el ordenador la herramienta por definición que sirve para trabajar con formas y colores, pero todo lo que un ordenador hace y facilita, ya ha estado antes en el ojo, en la cabeza, en la imaginación del artista. Y esta es la herramienta con la que ha trabajado las fotografías que se muestran por primera vez en esta exposición. Pintura, escultura y fotografía, tres lenguajes que se complementan, que prolongan una mirada sobre el entorno, que construyen una definición del paisaje interno del artista, que definen una metodología de renovación creadora y que, sobre todo, demuestran que la autenticidad y la sinceridad del artista esta por encima de tópicos, miedos o prejuicios.
Vemos, así, que la obra de Aníbal Merlo se construye en la línea delgada y austera que separa la realidad de lo irreal, la figuración de la abstracción. De los dos mundos tienen elementos estas obras que forman un solo cuerpo de trabajo, pero que son diferentes en sus formas y en su presencia, que son inevitablemente percibidas de forma distinta por cualquier espectador. ¿Qué relaciones podemos establecer entre estas tres formas de decir que se relacionan y entremezclan ahora? Todas ellas nos hablan del paisaje, aunque cada una de una forma muy diferente. La pintura establece una línea del horizonte, muy especialmente las pinturas alargadas que están presentes en esta exposición. Pinturas que nos ofrecen fragmentos de un paisaje que está por encima de la tierra, que se acercan más al vuelo de un pájaro, a las bocas de las chimeneas, serían la parte más alta del paisaje total que Merlo propone.
Las esculturas, por su parte, nacen de los volúmenes de una realidad global. Partes de la tierra, son pedazos de materiales naturales, sobre todo de madera, que en muchas ocasiones tienen formas verticales, como de árboles, líneas conductoras que nos elevan de la tierra hacia el aire, hacia el cielo. Sus formas y su puesta en escena evocan una ciudad o un puerto, un fragmento entre fragmentos. Son ciudades, lugares sin presencia humana física pero que con su propia realidad afirman que allí hubo alguien alguna vez, alguien que puede volver o ... que está dentro de estas estructuras a medio camino entre herramientas de trabajos diferentes y edificios singulares, entre utensilios primitivos y sofisticadas estructuras sociales. En las esculturas queda muy claro esa creación de mundos concretos que Merlo esboza en sus textos y en su trabajo en pintura o fotografía. Pero es con la escultura con la que la magia de esos mundos desconocidos se convierte en algo inmediato, sin duda ayudado por la realidad tangible de la materia, por esa inevitable sensación de que alguien ha construido esos espacios, esas estructuras, y que son además reales no sólo porque las vemos, sino porque podemos tocarlas.
Con la fotografía Aníbal Merlo se plantea un paso adelante en la búsqueda de esos fragmentos que él recolecta como si fueran mariposas de la realidad, mariposas que, como todas, solo viven -ya se sabe- 24 horas, como los habitantes de Tag, país imaginario del que posiblemente procedan los carpinteros e ingenieros que han construido sus esculturas y del que sus pinturas y fotografías pretenden ser mapas sentimentales, cartografías soñadas de lugares nunca pisados por nuestros pies.
El encuentro con la fotografía ha sido inesperado y a la vez gratificante. Una sorpresa a la vez temida y deseada. Y es que la fotografía está de moda y cualquier aproximación a ella corre el riesgo de ser malentendida, de parecer un acercamiento a ese terrible gusto por lo fácil. Puede parecer incluso una traición cuando quien lo protagoniza es un pintor de tradición, un escultor, un artista. Puede parecer algo forzado, que viene de la periferia de la creación. Ese miedo lleva a Merlo a buscar paralelismos innecesarios, a estructurar explicaciones y diálogos entre sus obras que surgen imparables al margen de explicaciones y propósitos. La llegada de la fotografía a la obra de Merlo es, por el contrario, un encuentro desde el interior del proceso de creación. No hay que quedarse solamente en el estilo de la narración, hay que buscar entender lo que se nos está contando. En este sentido, que sea pintura, escultura o fotografía no es transcendente. El asunto es darnos cuenta de qué es lo que busca, a través de todos estos caminos, Aníbal Merlo.
La fotografía aporta al trabajo de Merlo una puesta al día muy conveniente para formalizar una mirada que es cada vez más irreal, una forma de percibir lo exterior que tiene mucho que ver con el del objetivo de una cámara. La mirada del artista fragmenta una realidad exterior, aísla elementos de esta realidad y los transforma, los cambia de escenario, los traslada a otros paisajes. Este proceso, realizado con la pintura produce una suerte de paisaje lírico, una abstracción interior que se aleja de la percepción directa de las cosas. Con la escultura este proceso se plasma en la creación de objetos individualizados que se agrupan en escenarios irreales y que no están ligadas por nada, están solas a pesar de la proximidad de otras formas similares o complementarias. La imagen fotográfica le permite aislar los objetos, los cuerpos, los elementos de esa realidad sin que pierdan esas características visuales de realidad, de figuración no anacrónica que solamente la fotografía parece poder conseguir hoy en día y que el ordenador (tal vez más importante aún que la fotografía en sí misma en todo este proceso) facilita con una manipulación directa y rápida. Lo que el pintor y el escultor puede tardar en conseguir con los tradicionales herramientas propias del oficio, el ordenador y la imagen fotográfica pueden conseguirlo más rápidamente y dotándole de unas características en las que la irrealidad, la sugestión de mundos extraños, llega a una situación profundamente misteriosa pues lo irreal se consigue con la imagen más real.
Las pinturas son hallazgos de taller, construidas en el interior del taller y pensadas, creadas en el interior de la imaginación del artista. Igualmente sucede con las esculturas, construidas en base a recuerdos, a memorias inexplicables, a imágenes tal vez sacadas de ensueños y pesadillas nocturnas, pero todas ellas nacen en el taller, entre las manos del artista, antes no existía nada más que el material informe, disperso: el pigmento, el color, las telas, las maderas... superficies a la espera de tener vida, de convertirse en la piel de algún sueño. Sin embargo, las fotografías están en la calle, en el campo, al margen de un camino, en lugares imprevisibles, en los que una mirada vulgar no podría encontrar nada más que lo que se puede ver superficialmente. Si las pinturas y las esculturas ya nacen como apuntes, proyectos de obras de arte, lo fotografiado vive en una especie de limbo artístico hasta que una mirada singular lo rescata de la mediocridad.
Las fotografías, a color, instantáneas que Merlo realiza en sus caminatas, en sus viajes y de las que luego entresaca gestos, guiños, fragmentos que se convierten en obras específicas, son iguales a todas esas que tantas veces hemos realizado cualquier de nosotros y que ni siquiera llegan a ocupar un rincón de nuestro álbum de recuerdos. Pero lo que a través del objetivo de su cámara no parece nada especial, se transforma en el ordenador en una imagen sugerente, en una imagen soñada y nunca totalmente conseguida a través de la pintura, no con el color ni con la madera. Lo que era color, es ahora blanco y negro, ha perdido la luz de la realidad pero no sus formas, antes insignificantes y ahora magnificadas. Ahora que ha pasado de ser un objeto, unas formas entre otras, a ser el protagonista, el objeto, la imagen única de esta fotografía que es a la vez real e imposible, porque el tratamiento por ordenador ha eliminado unas partes y desarrollado otras, que ha alargado, ensanchado, cambiado los límites, los tamaños, convirtiendo una cosa en otra, haciendo lo que en definitiva hace el artista: transformar lo anodino en obra de arte, pues es la mirada del artista y el toque que con sus manos realiza lo que origina esta substanciación del agua en vino.
En esta exposición la relación que se establece entre pinturas, esculturas y fotografías, más que cualquier explicación ajena a su propia percepción, explica y aclara lo que ha sucedido en el taller y en la cabeza de Aníbal Merlo. Hay imágenes que se entienden al ver una escultura, pinturas que no se hubiesen pintado nunca si no se hubiera cruzado la fotografía por en medio en un día cualquiera. El diálogo que establecen estas obras entre sí es un diálogo de progreso y de búsqueda de uno mismo.
Nos preguntábamos antes qué es lo que buscaba el artista, justificando en esa búsqueda la utilización de medios divergentes, de métodos que tal vez las conciencias puritanas en el sentido artístico no acepten fácilmente. Tal vez lo que Aníbal Merlo busque sea simplemente ordenar el caos del entorno, reconstruir un paisaje que a fuerza de irreal sea habitable. Ese ordenamiento de la mirada que no es solamente hacia el exterior, sino especialmente desde el interior. Y eso nos hace comprender, finalmente que el paisaje que Aníbal Merlo va construyendo cuadro a cuadro, escultura a escultura y fotografía a fotografía no lo encontraremos igual en ninguna parte. No es un paisaje que podamos ver por la ventana del coche en ninguno de nuestros viajes, es un paisaje visto desde el interior de ese paisaje. Merlo vive allí donde ese paisaje crece, a su alrededor se van conformando formas y superficies, texturas y materiales. Por eso resulta a la vez conocido e irreal, misterioso y silente, porque se observa desde su propio interior, vacío de personas y figuras, extraño y, a la vez, de una atracción extraña. Es desde dentro del paisaje desde donde trabaja Aníbal Merlo y así lo percibimos. Estas imágenes que vemos son extrañas y misteriosas, nos recuerdan otros paisajes, aunque no sepamos decir cuáles ni dónde los hemos visto antes. Tal vez en un sueño, quizás en una pesadilla. Pero no tenemos duda de su realidad, ni de que todos ellos son fragmentos de un mapa de viaje, de un mapa que nos sitúa en un lugar lejano y tal vez desértico. Nunca se sabe.
(Catalog of the exhibition at May Moré Gallery, Madrid, 2001)
We see scenes of an uninhabited landscape. It is a world undoubtedly well known, of places that we can recognize but that appear isolated, that belong to scenes of memory or dreams: we are entering an unreal world in which we recognize the same customary forms present in other worlds but that have also a different and, sometimes, surprisingly surface.
Literature and especially painting and photography have dealt with scenery in a methodical, systematical form. But in spite of this constant dealing, of this permanent presence, scenery keeps on being an abstract concept, an abstraction composed of reality elements. Since San Agustín it is accepted that the intimate vision of a scenery is not limited only to the geomorphic parameters of the surface of mounts and valleys. And although the romantic people devoted themselves to show us the nature like a terrible and absolute force, there always remains the possibility of recapturing the indirect looks, passions smoothed by understanding, or simply being deep in thought for details that insignificant for some, secret for many others, can turn into parallel worlds.
Aníbal Merlo’s production have always been located in this surprised place. His works, be it already paintings, sculptures and lately also photographs, they all water in the same rivers and walk along the same strange surfaces, and the forms of their bodies, the surfaces of the skin of their bodies are similar since all of them - painting, sculpture, photo - come from the same place. They come from an idea, from a real and simultaneously unreal world since it’s so after the artist has transformed them. And this transformation begins in man’s look, in the look with which Aníbal Merlo observes everything and isolates certain parts. But, in this case, the transformation that is realized in the work process is done by very different means. In the painting or in the sculpture, it’s the workshop, the miscellanies of colors, the drawing of abstract forms on surfaces in which the color, always soft and full of tonalities defines an ambience; in the pictures the imaging doesn’t exist, nevertheless in the sculptures the reality is inevitable, and the bodies show the transformations that turn them from something real and recognizable into another thing, which although sometimes it is also recognizable is always unreal and which we can never name. Those forms typical of myths are the ones that come to us through their rites and the modern assimilation of an art history that has already taken us by way of symbolism and surrealism deep enough as to know what amount of unreality is possible to obtain with a lengthening of the bodies.
Perhaps nowadays the computer is the preferred tool to work with forms and colors, but everything that a computer does and facilitates, has already been earlier in the artist’s eye, in his head, in his imagination. And this is the tool with which AM has worked the photos that appear for the first time in this exhibition. Painting, sculpture and photo, three languages that complement each other, that prolong a look on the environment, that construct a definition of the internal scenery of the artist, that define a methodology of creative renewal that demonstrates particularly that the author’s authenticity and sincerity are beyond topics, fears or prejudices.
Thus we see that the work of Aníbal Merlo constructs itself on the thin and austere line that separates the reality from the unreal thing, the imaging from the abstraction. In these works there are elements from both worlds that form only one body, but that are different in its forms and presence and which any spectator inevitably perceives in a distinct way. What relations can we establish between these three ways of saying that are related and intermingled now? All of them speak to us about the scenery, although each of them does it in a very different way. Painting establishes a horizon line, very especially in the elongated paintings that are present in this exhibition. Paintings that offer us fragments of scenery that is over the ground and approach more to the flight of a bird, to the mouths of the chimneys, would be the highest part of the entire scenery that Merlo proposes.
Sculptures, from their side, are born from the volumes of a global reality. Fragments of the earth, they are pieces of natural materials, especially of wood, which frequently have vertical forms, as those of trees, conductive lines that raise us from the ground towards the air, towards the sky. Its forms and staging evoke a city or a port, a fragment between fragments. They are cities, places without physical human presence but that with their own reality affirm that there was someone one day, someone who can return or... that is inside these structures on the halfway between hardware of different works and singular buildings, between primitive tools and sophisticated social structures. In sculptures stands out very clear this creation of concrete worlds that Merlo outlines in his texts and in his work in painting or photo. But it is with the sculpture in which the magic of these unknown worlds turns into something immediate, undoubtedly helped by the tangible reality of the matter, by this inevitable sensation that someone has constructed these spaces, these structures, and that they are also real not only because we see them, but because we can touch them.
With photography Aníbal Merlo advances a step forward in the search of those fragments that he gathers as if they were real butterflies, butterflies that only live - it is already known - 24 hours, like the inhabitants of Tag, imaginary country from where they come, possibly, the carpenters and engineers who have constructed their sculptures and whose paintings and photos try to be sentimental maps, dreamed cartographies of places never trodden by our feet.
The encounter with photography has been unexpected and gratifying. A surprise at the same time awesome and wished. And the fact is that photography is fashionable and any approach to it runs the risk of being misunderstood, of looking like an approach to the terrible taste for the easy thing. It even can look like a treachery when who performs it is a painter of tradition, a sculptor, an artist. It may seem slightly forced, coming from the periphery of creation. This fear leads Merlo to look for unnecessary parallelisms, to structuring explanations and dialogues between his works that arise unstoppable up to the margin of explanations and intentions. The arrival of photography to the work of Merlo is, on the contrary, an encounter from the interior of the process of creation. It is not necessary to stay only at the story style; it is necessary to think about how to understand what is told to us. In this sense, be it painting, sculpture or photo is not transcendent. The matter is to realize what is Aníbal Merlo looking for across all these ways.
Photography contributes to Merlo’s work a very convenient updating in order to formalize a look that is more and more unreal, a way of perceiving the exterior thing that has a lot to do with that of a camera’s objective. The look of the artist breaks an exterior reality, isolates elements of this reality and transforms them, changes them of stage, moves them to other sceneries.
This process realized with painting produces a sort of lyric scenery, an interior abstraction that moves away from the direct perception of things. With the sculpture this process takes shape by the creation of individualized objects that gather together in unreal stages and that are not tied by anything, they are alone in spite of the proximity of other similar or complementary forms. The photographic image allows him to isolate the objects, the bodies, the elements of this reality without losing the visual characteristics of reality, of not dated figuration that only photography seems to be able to obtain nowadays and which the computer (perhaps still more important that the photo itself in all this process) facilitates with a direct and rapid manipulation. What the painter and the sculptor can be long in obtaining with traditional proper hardware of the art, the computer and the photographic image can obtain it more quickly and providing it with a few characteristics in which the unreality, the suggestion of strange worlds, comes to a deeply mysterious situation since the unreal thing is obtained by the most real image.
Paintings are workshop findings, constructed inside the workshop and thought and created inside the imagination of the artist. So it happens with the sculptures constructed based on memories, on inexplicable memoirs, on images perhaps extracted from daydreams and nightmares, but all of them are born in the workshop, between the hands of the artist, before nothing more existed that the formless, dispersed material: the pigment, the color, the cloths, the wood... surfaces in expectation of having life, of turning into the skin of some sleep. Nevertheless, photos are in the street, in the field, at the side of the road, in unforeseeable places, in which a vulgar look might not find anything more than what it is possible to see superficially. If the paintings and the sculptures are already born like notes, projects of works of art, the photographed product lives in a species of artistic limbo until a singular look rescues it from mediocrity.
The color snapshots that Merlo takes in his walks, in his trips, and from which he selects gestures, winks, fragments that turn into specific works, are equal to all those that so many times we took and that never go so far as to occupy a corner in our album of memories. But he transforms into the computer, what across the objective of his camera doesn’t seem special at all, in a suggestive image, into an image dreamed and never completely obtained by painting, neither with the color nor with the wood. What was color, is now black and white, it has lost the light of reality but not its forms, earlier insignificant and now praised. Now when it has gone by being an object, a few forms between others to be protagonist, the object, the only image of this photo that is simultaneously real and impossible, because the computer treatment has eliminated a few parts and developed others, that has lengthened, expanded, changed the limits, the sizes, turning a thing into other one, doing what finally the artist does: to transform the insignificant thing into a work of art, since it is the artist’s look and his touch that with his hands realizes what causes this abridgement of water in wine.
In this exhibition the relation that is established between paintings, sculptures and photos, more than any foreign explanation to its own perception, explains and clarifies what has happened in the workshop and in the head of Aníbal Merlo. There are images that are understood on having seen a sculpture, paintings that would never have made themselves up if the photo in any day had not crossed its way. The dialogue that these works establish between themselves is a dialogue of progress and search of an inner self.
We were wondering before what was the artist looking for, justifying in this search the use of divergent media, of methods that perhaps the puritanical consciences in the artistic sense do not accept easily. Perhaps what Aníbal Merlo looks for is simply to arrange the chaos of the environment, to reconstruct a scenery that by force of being unreal be habitable. The ordering of the look that is not only towards the exterior, but especially from the interior. And that makes us understand, finally that the scenery Aníbal Merlo is constructing picture to picture, sculpture to sculpture and photo to photo we will find an equal nowhere. It isn’t a scenery that we could see through the car window in any of our trips, it is a scenery seen from its own interior. Merlo lives there where this scenery grows. Around him forms and surfaces, textures and materials become adjusted. That's why it turns out to be simultaneously well known and unreal, mysterious and quiet, because it is observed from its own interior, vacant of persons and shapes, strange and, simultaneously, of a strange attraction. It is from within the scenery where Aníbal Merlo works and in this way we perceive it. The images we see are strange and mysterious, they remind other sceneries to us, although we can’t say which or where we have seen them earlier, perhaps in a sleep, perhaps in a nightmare. But we don’t have any doubt of its reality, and that all of them are fragments of a trip map, a map that places us in a distant and perhaps desert place. It is never known.
La literatura y sobre todo la pintura y la fotografía, se han ocupado del paisaje de una forma metódica, sistemática. Pero a pesar de ese trato constante, de esa presencia permanente, el paisaje sigue siendo un concepto abstracto, una abstracción compuesta de elementos de la realidad. Desde San Agustín se acepta la visión intimista de un paisaje no limitado únicamente a los parámetros geomórficos de la superficie de montes y de valles. Y aunque los románticos se dedicaron a presentarnos a la naturaleza como una fuerza terrible y absoluta, queda siempre la posibilidad de retomar las miradas indirectas, las pasiones suavizadas por el entendimiento, o simplemente ensimismadas por detalles que, anodinos para unos, ocultos para los más, pueden convertirse en mundos paralelos.
El trabajo de Aníbal Merlo siempre se ha situado en ese lugar sorprendido. Sus obras, ya sean pinturas, esculturas y, últimamente también fotografías, beben todos en los mismos ríos y pasean por esas mismas superficies extrañas, y las formas de sus cuerpos, las superficies de la piel de sus cuerpos es parecida pues todos ellos -pintura, escultura, fotografía- proceden del mismo lugar. Proceden de una idea, de un mundo real y a la vez irreal pues es así después de que el artista los haya transformado. Y esa transformación comienza en la mirada del hombre, en la mirada con la que Aníbal Merlo observa el todo y aísla de ese todo ciertas partes. Pero, en este caso, la transformación que se realiza en el proceso de trabajo se hace a través de muy diferentes medios. En la pintura o en la escultura, es el taller, las mezclas de colores, el dibujo de formas abstractas sobre superficies en las que el color, siempre suave y lleno de tonalidades, define un ambiente; en los cuadros no existe la figuración, sin embargo en las esculturas la realidad es inevitable, y sus cuerpos presentan esas transformaciones que las convierten de algo real y reconocible en otra cosa, que aunque a veces es también reconocible es siempre irreal y a las que nunca podemos dar un nombre. Son esas formas propias de los mitos y que llegan a nosotros a través de sus ritos y de la moderna asimilación de una historia del arte que ya nos ha llevado por el camino del simbolismo y del surrealismo a suficiente profundidad como para saber qué cantidad de irrealidad se puede conseguir con un alargamiento de los cuerpos.
Tal vez hoy en día sea el ordenador la herramienta por definición que sirve para trabajar con formas y colores, pero todo lo que un ordenador hace y facilita, ya ha estado antes en el ojo, en la cabeza, en la imaginación del artista. Y esta es la herramienta con la que ha trabajado las fotografías que se muestran por primera vez en esta exposición. Pintura, escultura y fotografía, tres lenguajes que se complementan, que prolongan una mirada sobre el entorno, que construyen una definición del paisaje interno del artista, que definen una metodología de renovación creadora y que, sobre todo, demuestran que la autenticidad y la sinceridad del artista esta por encima de tópicos, miedos o prejuicios.
Vemos, así, que la obra de Aníbal Merlo se construye en la línea delgada y austera que separa la realidad de lo irreal, la figuración de la abstracción. De los dos mundos tienen elementos estas obras que forman un solo cuerpo de trabajo, pero que son diferentes en sus formas y en su presencia, que son inevitablemente percibidas de forma distinta por cualquier espectador. ¿Qué relaciones podemos establecer entre estas tres formas de decir que se relacionan y entremezclan ahora? Todas ellas nos hablan del paisaje, aunque cada una de una forma muy diferente. La pintura establece una línea del horizonte, muy especialmente las pinturas alargadas que están presentes en esta exposición. Pinturas que nos ofrecen fragmentos de un paisaje que está por encima de la tierra, que se acercan más al vuelo de un pájaro, a las bocas de las chimeneas, serían la parte más alta del paisaje total que Merlo propone.
Las esculturas, por su parte, nacen de los volúmenes de una realidad global. Partes de la tierra, son pedazos de materiales naturales, sobre todo de madera, que en muchas ocasiones tienen formas verticales, como de árboles, líneas conductoras que nos elevan de la tierra hacia el aire, hacia el cielo. Sus formas y su puesta en escena evocan una ciudad o un puerto, un fragmento entre fragmentos. Son ciudades, lugares sin presencia humana física pero que con su propia realidad afirman que allí hubo alguien alguna vez, alguien que puede volver o ... que está dentro de estas estructuras a medio camino entre herramientas de trabajos diferentes y edificios singulares, entre utensilios primitivos y sofisticadas estructuras sociales. En las esculturas queda muy claro esa creación de mundos concretos que Merlo esboza en sus textos y en su trabajo en pintura o fotografía. Pero es con la escultura con la que la magia de esos mundos desconocidos se convierte en algo inmediato, sin duda ayudado por la realidad tangible de la materia, por esa inevitable sensación de que alguien ha construido esos espacios, esas estructuras, y que son además reales no sólo porque las vemos, sino porque podemos tocarlas.
Con la fotografía Aníbal Merlo se plantea un paso adelante en la búsqueda de esos fragmentos que él recolecta como si fueran mariposas de la realidad, mariposas que, como todas, solo viven -ya se sabe- 24 horas, como los habitantes de Tag, país imaginario del que posiblemente procedan los carpinteros e ingenieros que han construido sus esculturas y del que sus pinturas y fotografías pretenden ser mapas sentimentales, cartografías soñadas de lugares nunca pisados por nuestros pies.
El encuentro con la fotografía ha sido inesperado y a la vez gratificante. Una sorpresa a la vez temida y deseada. Y es que la fotografía está de moda y cualquier aproximación a ella corre el riesgo de ser malentendida, de parecer un acercamiento a ese terrible gusto por lo fácil. Puede parecer incluso una traición cuando quien lo protagoniza es un pintor de tradición, un escultor, un artista. Puede parecer algo forzado, que viene de la periferia de la creación. Ese miedo lleva a Merlo a buscar paralelismos innecesarios, a estructurar explicaciones y diálogos entre sus obras que surgen imparables al margen de explicaciones y propósitos. La llegada de la fotografía a la obra de Merlo es, por el contrario, un encuentro desde el interior del proceso de creación. No hay que quedarse solamente en el estilo de la narración, hay que buscar entender lo que se nos está contando. En este sentido, que sea pintura, escultura o fotografía no es transcendente. El asunto es darnos cuenta de qué es lo que busca, a través de todos estos caminos, Aníbal Merlo.
La fotografía aporta al trabajo de Merlo una puesta al día muy conveniente para formalizar una mirada que es cada vez más irreal, una forma de percibir lo exterior que tiene mucho que ver con el del objetivo de una cámara. La mirada del artista fragmenta una realidad exterior, aísla elementos de esta realidad y los transforma, los cambia de escenario, los traslada a otros paisajes. Este proceso, realizado con la pintura produce una suerte de paisaje lírico, una abstracción interior que se aleja de la percepción directa de las cosas. Con la escultura este proceso se plasma en la creación de objetos individualizados que se agrupan en escenarios irreales y que no están ligadas por nada, están solas a pesar de la proximidad de otras formas similares o complementarias. La imagen fotográfica le permite aislar los objetos, los cuerpos, los elementos de esa realidad sin que pierdan esas características visuales de realidad, de figuración no anacrónica que solamente la fotografía parece poder conseguir hoy en día y que el ordenador (tal vez más importante aún que la fotografía en sí misma en todo este proceso) facilita con una manipulación directa y rápida. Lo que el pintor y el escultor puede tardar en conseguir con los tradicionales herramientas propias del oficio, el ordenador y la imagen fotográfica pueden conseguirlo más rápidamente y dotándole de unas características en las que la irrealidad, la sugestión de mundos extraños, llega a una situación profundamente misteriosa pues lo irreal se consigue con la imagen más real.
Las pinturas son hallazgos de taller, construidas en el interior del taller y pensadas, creadas en el interior de la imaginación del artista. Igualmente sucede con las esculturas, construidas en base a recuerdos, a memorias inexplicables, a imágenes tal vez sacadas de ensueños y pesadillas nocturnas, pero todas ellas nacen en el taller, entre las manos del artista, antes no existía nada más que el material informe, disperso: el pigmento, el color, las telas, las maderas... superficies a la espera de tener vida, de convertirse en la piel de algún sueño. Sin embargo, las fotografías están en la calle, en el campo, al margen de un camino, en lugares imprevisibles, en los que una mirada vulgar no podría encontrar nada más que lo que se puede ver superficialmente. Si las pinturas y las esculturas ya nacen como apuntes, proyectos de obras de arte, lo fotografiado vive en una especie de limbo artístico hasta que una mirada singular lo rescata de la mediocridad.
Las fotografías, a color, instantáneas que Merlo realiza en sus caminatas, en sus viajes y de las que luego entresaca gestos, guiños, fragmentos que se convierten en obras específicas, son iguales a todas esas que tantas veces hemos realizado cualquier de nosotros y que ni siquiera llegan a ocupar un rincón de nuestro álbum de recuerdos. Pero lo que a través del objetivo de su cámara no parece nada especial, se transforma en el ordenador en una imagen sugerente, en una imagen soñada y nunca totalmente conseguida a través de la pintura, no con el color ni con la madera. Lo que era color, es ahora blanco y negro, ha perdido la luz de la realidad pero no sus formas, antes insignificantes y ahora magnificadas. Ahora que ha pasado de ser un objeto, unas formas entre otras, a ser el protagonista, el objeto, la imagen única de esta fotografía que es a la vez real e imposible, porque el tratamiento por ordenador ha eliminado unas partes y desarrollado otras, que ha alargado, ensanchado, cambiado los límites, los tamaños, convirtiendo una cosa en otra, haciendo lo que en definitiva hace el artista: transformar lo anodino en obra de arte, pues es la mirada del artista y el toque que con sus manos realiza lo que origina esta substanciación del agua en vino.
En esta exposición la relación que se establece entre pinturas, esculturas y fotografías, más que cualquier explicación ajena a su propia percepción, explica y aclara lo que ha sucedido en el taller y en la cabeza de Aníbal Merlo. Hay imágenes que se entienden al ver una escultura, pinturas que no se hubiesen pintado nunca si no se hubiera cruzado la fotografía por en medio en un día cualquiera. El diálogo que establecen estas obras entre sí es un diálogo de progreso y de búsqueda de uno mismo.
Nos preguntábamos antes qué es lo que buscaba el artista, justificando en esa búsqueda la utilización de medios divergentes, de métodos que tal vez las conciencias puritanas en el sentido artístico no acepten fácilmente. Tal vez lo que Aníbal Merlo busque sea simplemente ordenar el caos del entorno, reconstruir un paisaje que a fuerza de irreal sea habitable. Ese ordenamiento de la mirada que no es solamente hacia el exterior, sino especialmente desde el interior. Y eso nos hace comprender, finalmente que el paisaje que Aníbal Merlo va construyendo cuadro a cuadro, escultura a escultura y fotografía a fotografía no lo encontraremos igual en ninguna parte. No es un paisaje que podamos ver por la ventana del coche en ninguno de nuestros viajes, es un paisaje visto desde el interior de ese paisaje. Merlo vive allí donde ese paisaje crece, a su alrededor se van conformando formas y superficies, texturas y materiales. Por eso resulta a la vez conocido e irreal, misterioso y silente, porque se observa desde su propio interior, vacío de personas y figuras, extraño y, a la vez, de una atracción extraña. Es desde dentro del paisaje desde donde trabaja Aníbal Merlo y así lo percibimos. Estas imágenes que vemos son extrañas y misteriosas, nos recuerdan otros paisajes, aunque no sepamos decir cuáles ni dónde los hemos visto antes. Tal vez en un sueño, quizás en una pesadilla. Pero no tenemos duda de su realidad, ni de que todos ellos son fragmentos de un mapa de viaje, de un mapa que nos sitúa en un lugar lejano y tal vez desértico. Nunca se sabe.
(Catalog of the exhibition at May Moré Gallery, Madrid, 2001)
We see scenes of an uninhabited landscape. It is a world undoubtedly well known, of places that we can recognize but that appear isolated, that belong to scenes of memory or dreams: we are entering an unreal world in which we recognize the same customary forms present in other worlds but that have also a different and, sometimes, surprisingly surface.
Literature and especially painting and photography have dealt with scenery in a methodical, systematical form. But in spite of this constant dealing, of this permanent presence, scenery keeps on being an abstract concept, an abstraction composed of reality elements. Since San Agustín it is accepted that the intimate vision of a scenery is not limited only to the geomorphic parameters of the surface of mounts and valleys. And although the romantic people devoted themselves to show us the nature like a terrible and absolute force, there always remains the possibility of recapturing the indirect looks, passions smoothed by understanding, or simply being deep in thought for details that insignificant for some, secret for many others, can turn into parallel worlds.
Aníbal Merlo’s production have always been located in this surprised place. His works, be it already paintings, sculptures and lately also photographs, they all water in the same rivers and walk along the same strange surfaces, and the forms of their bodies, the surfaces of the skin of their bodies are similar since all of them - painting, sculpture, photo - come from the same place. They come from an idea, from a real and simultaneously unreal world since it’s so after the artist has transformed them. And this transformation begins in man’s look, in the look with which Aníbal Merlo observes everything and isolates certain parts. But, in this case, the transformation that is realized in the work process is done by very different means. In the painting or in the sculpture, it’s the workshop, the miscellanies of colors, the drawing of abstract forms on surfaces in which the color, always soft and full of tonalities defines an ambience; in the pictures the imaging doesn’t exist, nevertheless in the sculptures the reality is inevitable, and the bodies show the transformations that turn them from something real and recognizable into another thing, which although sometimes it is also recognizable is always unreal and which we can never name. Those forms typical of myths are the ones that come to us through their rites and the modern assimilation of an art history that has already taken us by way of symbolism and surrealism deep enough as to know what amount of unreality is possible to obtain with a lengthening of the bodies.
Perhaps nowadays the computer is the preferred tool to work with forms and colors, but everything that a computer does and facilitates, has already been earlier in the artist’s eye, in his head, in his imagination. And this is the tool with which AM has worked the photos that appear for the first time in this exhibition. Painting, sculpture and photo, three languages that complement each other, that prolong a look on the environment, that construct a definition of the internal scenery of the artist, that define a methodology of creative renewal that demonstrates particularly that the author’s authenticity and sincerity are beyond topics, fears or prejudices.
Thus we see that the work of Aníbal Merlo constructs itself on the thin and austere line that separates the reality from the unreal thing, the imaging from the abstraction. In these works there are elements from both worlds that form only one body, but that are different in its forms and presence and which any spectator inevitably perceives in a distinct way. What relations can we establish between these three ways of saying that are related and intermingled now? All of them speak to us about the scenery, although each of them does it in a very different way. Painting establishes a horizon line, very especially in the elongated paintings that are present in this exhibition. Paintings that offer us fragments of scenery that is over the ground and approach more to the flight of a bird, to the mouths of the chimneys, would be the highest part of the entire scenery that Merlo proposes.
Sculptures, from their side, are born from the volumes of a global reality. Fragments of the earth, they are pieces of natural materials, especially of wood, which frequently have vertical forms, as those of trees, conductive lines that raise us from the ground towards the air, towards the sky. Its forms and staging evoke a city or a port, a fragment between fragments. They are cities, places without physical human presence but that with their own reality affirm that there was someone one day, someone who can return or... that is inside these structures on the halfway between hardware of different works and singular buildings, between primitive tools and sophisticated social structures. In sculptures stands out very clear this creation of concrete worlds that Merlo outlines in his texts and in his work in painting or photo. But it is with the sculpture in which the magic of these unknown worlds turns into something immediate, undoubtedly helped by the tangible reality of the matter, by this inevitable sensation that someone has constructed these spaces, these structures, and that they are also real not only because we see them, but because we can touch them.
With photography Aníbal Merlo advances a step forward in the search of those fragments that he gathers as if they were real butterflies, butterflies that only live - it is already known - 24 hours, like the inhabitants of Tag, imaginary country from where they come, possibly, the carpenters and engineers who have constructed their sculptures and whose paintings and photos try to be sentimental maps, dreamed cartographies of places never trodden by our feet.
The encounter with photography has been unexpected and gratifying. A surprise at the same time awesome and wished. And the fact is that photography is fashionable and any approach to it runs the risk of being misunderstood, of looking like an approach to the terrible taste for the easy thing. It even can look like a treachery when who performs it is a painter of tradition, a sculptor, an artist. It may seem slightly forced, coming from the periphery of creation. This fear leads Merlo to look for unnecessary parallelisms, to structuring explanations and dialogues between his works that arise unstoppable up to the margin of explanations and intentions. The arrival of photography to the work of Merlo is, on the contrary, an encounter from the interior of the process of creation. It is not necessary to stay only at the story style; it is necessary to think about how to understand what is told to us. In this sense, be it painting, sculpture or photo is not transcendent. The matter is to realize what is Aníbal Merlo looking for across all these ways.
Photography contributes to Merlo’s work a very convenient updating in order to formalize a look that is more and more unreal, a way of perceiving the exterior thing that has a lot to do with that of a camera’s objective. The look of the artist breaks an exterior reality, isolates elements of this reality and transforms them, changes them of stage, moves them to other sceneries.
This process realized with painting produces a sort of lyric scenery, an interior abstraction that moves away from the direct perception of things. With the sculpture this process takes shape by the creation of individualized objects that gather together in unreal stages and that are not tied by anything, they are alone in spite of the proximity of other similar or complementary forms. The photographic image allows him to isolate the objects, the bodies, the elements of this reality without losing the visual characteristics of reality, of not dated figuration that only photography seems to be able to obtain nowadays and which the computer (perhaps still more important that the photo itself in all this process) facilitates with a direct and rapid manipulation. What the painter and the sculptor can be long in obtaining with traditional proper hardware of the art, the computer and the photographic image can obtain it more quickly and providing it with a few characteristics in which the unreality, the suggestion of strange worlds, comes to a deeply mysterious situation since the unreal thing is obtained by the most real image.
Paintings are workshop findings, constructed inside the workshop and thought and created inside the imagination of the artist. So it happens with the sculptures constructed based on memories, on inexplicable memoirs, on images perhaps extracted from daydreams and nightmares, but all of them are born in the workshop, between the hands of the artist, before nothing more existed that the formless, dispersed material: the pigment, the color, the cloths, the wood... surfaces in expectation of having life, of turning into the skin of some sleep. Nevertheless, photos are in the street, in the field, at the side of the road, in unforeseeable places, in which a vulgar look might not find anything more than what it is possible to see superficially. If the paintings and the sculptures are already born like notes, projects of works of art, the photographed product lives in a species of artistic limbo until a singular look rescues it from mediocrity.
The color snapshots that Merlo takes in his walks, in his trips, and from which he selects gestures, winks, fragments that turn into specific works, are equal to all those that so many times we took and that never go so far as to occupy a corner in our album of memories. But he transforms into the computer, what across the objective of his camera doesn’t seem special at all, in a suggestive image, into an image dreamed and never completely obtained by painting, neither with the color nor with the wood. What was color, is now black and white, it has lost the light of reality but not its forms, earlier insignificant and now praised. Now when it has gone by being an object, a few forms between others to be protagonist, the object, the only image of this photo that is simultaneously real and impossible, because the computer treatment has eliminated a few parts and developed others, that has lengthened, expanded, changed the limits, the sizes, turning a thing into other one, doing what finally the artist does: to transform the insignificant thing into a work of art, since it is the artist’s look and his touch that with his hands realizes what causes this abridgement of water in wine.
In this exhibition the relation that is established between paintings, sculptures and photos, more than any foreign explanation to its own perception, explains and clarifies what has happened in the workshop and in the head of Aníbal Merlo. There are images that are understood on having seen a sculpture, paintings that would never have made themselves up if the photo in any day had not crossed its way. The dialogue that these works establish between themselves is a dialogue of progress and search of an inner self.
We were wondering before what was the artist looking for, justifying in this search the use of divergent media, of methods that perhaps the puritanical consciences in the artistic sense do not accept easily. Perhaps what Aníbal Merlo looks for is simply to arrange the chaos of the environment, to reconstruct a scenery that by force of being unreal be habitable. The ordering of the look that is not only towards the exterior, but especially from the interior. And that makes us understand, finally that the scenery Aníbal Merlo is constructing picture to picture, sculpture to sculpture and photo to photo we will find an equal nowhere. It isn’t a scenery that we could see through the car window in any of our trips, it is a scenery seen from its own interior. Merlo lives there where this scenery grows. Around him forms and surfaces, textures and materials become adjusted. That's why it turns out to be simultaneously well known and unreal, mysterious and quiet, because it is observed from its own interior, vacant of persons and shapes, strange and, simultaneously, of a strange attraction. It is from within the scenery where Aníbal Merlo works and in this way we perceive it. The images we see are strange and mysterious, they remind other sceneries to us, although we can’t say which or where we have seen them earlier, perhaps in a sleep, perhaps in a nightmare. But we don’t have any doubt of its reality, and that all of them are fragments of a trip map, a map that places us in a distant and perhaps desert place. It is never known.