Despegar lo plegado



Javier Maderuelo, 2007

En un momento en el que las técnicas en el arte no tienen fronteras, el argentino Aníbal Merlo propone una combinación de escultura, pintura y fotografía para una serie de obras en las que laten las sombras del mundo vegetal.

Cada artista es un mundo cerrado y desde él elabora su discurso particular y autorreferente, en el que se ensimisma. El público que contempla sus imágenes desde otras experiencias, que son inevitablemente diferentes, se asombra de la rareza o, si quieren llamarlo de otra manera, de la originalidad. Cuanto más ensimismado está el artista más encriptada aparece su obra. Así sucede con el trabajo de Aníbal Merlo (Buenos Aires, 1949), quien presenta ahora sus últimas obras, un conjunto de piezas raras, de difícil clasificación. Si atendemos a los medios y procedimientos utilizados podrían ser denominadas esculturas, pinturas y fotografías pero el conjunto de lo exhibido parece querer ir más allá de las convenciones habituales para ofrecer una síntesis en la que el artista no pone tanto hincapié en los medios materiales o los procedimientos como en mostrar el proceso que genera las imágenes.

Trabajando con chapas de hierro, recortadas en forma de arcos circulares, que pliega y alabea, y sirviéndose de la soldadura para unirlas, Aníbal Merlo construye unas obras dotadas de presencia volumétrica y materialidad que, convencionalmente, podríamos calificar de esculturas. Ahí están sobre sus plintos, con sus siluetas ovaladas y sus ritmos curvos que surgen a lo largo de una directriz como ramas de hojas lanceoladas, lo que le permite al artista utilizar la palabra "botánica" en el título de la exposición, forzando así una dirección metafórica en la interpretación. Pero, como he anunciado, aquí hay algo más que formas escultóricas ya que Aníbal Merlo, en su taller, ha seguido trabajando sobre estas formas, pintando sobre sus superficies, y ha compuesto escenarios en los que las sitúa, de tal manera que los perfiles curvos son acentuados o diluidos por los trazos pictóricos, jugando con la idea de proyección de sombras, tanto sobre las propias piezas como sobre los elementos del fondo, equívocamente curvos, que conforman el escenario. Por último, ha fotografiado todo el conjunto.

Domina en esta exposición una serie de fotografías, presentadas en forma de grandes fondos, en las que el color ha sido velado o desvaído. Con ellas se cierra el ciclo de la creación. Se trata de trampantojos, de ficciones visuales en las que la realidad física de las piezas, esas esculturas metálicas tridimensionales, es alterada en la ilusión plana de la imagen fotográfica que ha sido tomada desde un determinado punto de vista concreto en el que fondo y figura dialogan, se entretejen y, al final, se confunden. En la ficción fotográfica los espacios aparecen plegados por lo que reclaman, asimismo, una mirada que sea capaz de mirar a través del pliegue y una mente atenta para desplegar el juego metafórico, ya que la metáfora no reside en la simple asimilación de las láminas de metal curvo con las hojas de un jardín, ni las manchas de color con las sombras de las plantas, sino que el discurso puede ir más allá, hasta donde la imaginación del espectador se atreva a viajar.

Efectivamente, un juego más sutil de referencias se cierne en torno a estas obras, muchas de las cuales quedan encerradas en el ámbito de las experiencias personales y ensimismadas del autor, de ahí la rareza o extrañeza con que se ofrecen, pero las imágenes, a pesar de su hermetismo, son muy sugerentes y todo aquel que esté dispuesto a dejarse arrastrar por sus efectos podrá desplegar lo que en ellas aparece plegado. Sólo se necesita dejar suelta la facultad de la fantasía para deleitarse con la contemplación de espacios concéntricos, carnosidades húmedas, sueños de atardeceres y delicados aromas.



Mark