El instante eterno de lo transitorio



Ana Lucas
Catálogo de la exposición en la galería Dialogue, Bruselas, 1988

El recuerdo es algo que vive en nosotros, inmortalizando, en nuestra breve existencia, los rincones de nuestro pasado. Esa sed de eternidad, de plenitud que nos empuja -en un sentimiento romántico- hacia lo absoluto, ya estaba presente en los primeros cuadros que vi de Aníbal Merlo. Cuando conocí, hace ya algunos años, al pintor y su obra, esa fue la sensación que me invadió. Aladas gasas blancas -huyendo de la caducidad de los objetos cotidianos que las poseían- soñaban con expandirse por la superficie del lienzo. Desde entonces hasta aquí, Aníbal Merlo ha ido depurando técnica y estilo hasta dar con el lenguaje plástico que mejor expresase esa profunda y necesaria contradicción de la que parece nutrirse todo cuanto existe. Su pintura, eminentemente alegórica, manifiesta esa tensión misteriosa entre lo pesado y lo leve, entre lo efímero y lo eterno. No es extraño, por tanto, que su producción actual haya escogido -como elemento emblemático de esta dicotomía- el diálogo íntimo e intenso que se establece entre el cielo y la tierra. El alma volátil de sus configuraciones aéreas está expresada por un sutil tratamiento, logrado a partir de un mayor dominio técnico de la materia. Ese tratamiento cambia y se adecúa cuando es trasladado al mundo terrestre: superficies terráqueas, altas montañas e inexpugnables volcanes, anhelan conquistar el cielo y pugnan por trascender los límites impuestos por el cuadro. De ahí, en algunas ocasiones, la utilización del díptico o el tríptico, o de composiciones donde se acentúa esta lucha, expresión de la eterna guerra y reconciliación entre el mundo lunar y el sublunar. Guerra y reconciliación -metáfora de la propia actividad creativa- fijan desde la pintura el instante eterno de lo transitorio. La toma de consciencia de la transitoriedad eterna de la naturaleza y su inversa, le permite jugar con estas estructuras de infinitas combinaciones.

En el difícil equilibrio entre lo abstracto y lo figurativo, esa misma tensión de beatitud y fuerza se manifiesta en un mundo poblado de seres, levemente sugeridos, hijos de la ensoñación o de la quimera. Son espectros de otras eternidades o huellas fosilizadas de otras vidas. Lirismo y explosión de la naturaleza se hacen pintura mediante una amplia paleta cromática que, sin renunciar a la pureza de la luz, se inscribe cada vez más en el antagonismo del blanco y el negro. Todo es el resultado de una sabia elaboración personal que retoma las nebulosas brumas de Delacroix y la materialidad de Tapies. Aníbal Merlo es un pintor romántico y un pintor moderno que ha sabido secularizar el enigma sagrado de la Naturaleza desde la pintura.




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