El jardín bifurcado
A diferencia de las infinitas e incesantes bifurcaciones de los senderos borgianos del cuento al que alude el título de la exposición de Aníbal Merlo (Buenos Aires, 1949) ésta nos propone una única bifurcación que nos lleva a evocar dos planos distintos, que podríamos llamar cielo y tierra.
Así, la esfera celestial de lo geométrico, donde formas arquetípicas permanecen en un tiempo inmóvil, se contrapone al espacio terreno, donde la materia está sometida al transcurso implacable de un tiempo que la obliga a germinar, crecer y transformarse.
El mundo ideal se hace visible –especialmente en la sala de arriba- dando forma a esculturas de chapa de hierro, recortada y plegada siguiendo un patrón geométrico y a la vez orgánico. El color que las recubre contribuye a hacerlas parecer ingrávidas, como criaturas angélicas y eternas.
El plano terreno y temporal aparece capturado e inmovilizado en fotografías –especialmente en la sala de abajo- construidas sobre las formas intrincadas de la materia, modelada y erosionada por el flujo del tiempo que la hace existir. Lo minúsculo altera su escala y se convierte en un paisaje que invita al espectador a explorar territorios desconocidos.
En la obra expuesta no hay una separación rígida entre ambos senderos, sino que por momentos se acercan y hasta se entrecruzan.
Algunas de las esculturas evocan procesos que se dan en el tiempo, como el crecimiento vegetal, además de la paradoja evidente de estar construidas utilizando la materia.
A su vez, el mundo de lo material se da a través de imágenes en dos dimensiones, parajes de ficción que no son ajenos a la regularidad; en el despliegue de las formas orgánicas, el espacio geométrico se hace presente, así como en algunas figuras que surgen en medio de estos paisajes solitarios.
Quizás durante este paseo el espectador descubra que los dos mundos, tan disímiles en principio, son manifestaciones distintas de uno solo, y que en la intersección entre espacio y tiempo, ambos comparten una oculta raíz común, el mismo jardín, bifurcado.
Así, la esfera celestial de lo geométrico, donde formas arquetípicas permanecen en un tiempo inmóvil, se contrapone al espacio terreno, donde la materia está sometida al transcurso implacable de un tiempo que la obliga a germinar, crecer y transformarse.
El mundo ideal se hace visible –especialmente en la sala de arriba- dando forma a esculturas de chapa de hierro, recortada y plegada siguiendo un patrón geométrico y a la vez orgánico. El color que las recubre contribuye a hacerlas parecer ingrávidas, como criaturas angélicas y eternas.
El plano terreno y temporal aparece capturado e inmovilizado en fotografías –especialmente en la sala de abajo- construidas sobre las formas intrincadas de la materia, modelada y erosionada por el flujo del tiempo que la hace existir. Lo minúsculo altera su escala y se convierte en un paisaje que invita al espectador a explorar territorios desconocidos.
En la obra expuesta no hay una separación rígida entre ambos senderos, sino que por momentos se acercan y hasta se entrecruzan.
Algunas de las esculturas evocan procesos que se dan en el tiempo, como el crecimiento vegetal, además de la paradoja evidente de estar construidas utilizando la materia.
A su vez, el mundo de lo material se da a través de imágenes en dos dimensiones, parajes de ficción que no son ajenos a la regularidad; en el despliegue de las formas orgánicas, el espacio geométrico se hace presente, así como en algunas figuras que surgen en medio de estos paisajes solitarios.
Quizás durante este paseo el espectador descubra que los dos mundos, tan disímiles en principio, son manifestaciones distintas de uno solo, y que en la intersección entre espacio y tiempo, ambos comparten una oculta raíz común, el mismo jardín, bifurcado.