En las dársenas del tiempo
Francisco Carpio
Texto del catálogo de la exposición en el Centro Cultural Recoleta, Buenos Aires, 2001
Texto del catálogo de la exposición en el Centro Cultural Recoleta, Buenos Aires, 2001
Pintura, escultura y fotografía son las tres palabras primordiales que (d)escriben el lenguaje plástico que Aníbal Merlo (Buenos Aires, 1949) nos propone. Palabras que se complementan y se ramifican -por ejemplo, en el tratamiento digital de las fotografías-, como los brazos vegetales de ese cuerpo de madera que subyace en la raíz de muchas de sus creaciones. De hecho, su trayectoria artística -que ha transcurrido mayoritariamente en España, a donde llega en 1974- arranca de presupuestos pictóricos. La utilización de la madera como soporte de la pintura ha ido confiriéndole a este material un creciente protagonismo que le llevará, en un proceso plásticamente lógico, a desembocar en territorios puramente escultóricos y volumétricos. Este mestizaje de medios se aprecia claramente en la policromía de muchas de sus piezas escultóricas. El gesto y la huella cromática de la pintura se enraiza con una voluntad de volumen y escultura sobre la tersa y musical piel de la madera.
Sus pinturas acrílicas en tela, con una delicada batería de texturas y registros cromáticos grises, azules y ocres, dibujan signos ovalados y circulares, fragmentos de escalera y construcciones, huecos y orificios que nos sugieren extrañas bocas de energía y/o agujeros negros, más terrestres que espaciales. Las formas alargadas y rectangulares contribuyen a dotar a estos cuadros de un sabor a objeto, de unas cualidades casi escultóricas.
Las esculturas, como hemos dicho, pertenecen al noble linaje de la madera. La sola enumeración de los distintos tipos empleados (pino, khoto, iroco, acacia, danta, fresno, aliso, roble...) nos trae la musica olorosa de bosques ancestrales e imaginarios. Esos mismos mundos míticos y soñados, de los que estas piezas vienen a constituir algo así como un acta notarial de la memoria perdida. Objetos, herramientas (parafraseando a T.S. Elliot, dignas del "miglior fabro" poundiano...), utensilios de un tiempo pasado pero también eterno; restos de construcciones y vestigios arqueológicos de ciudades perdidas e invisibles -como la Linnia de Ítalo Calvino, en la que los edificios y los ojos de las doncellas están hechos de la milenaria madera del sueño. Estructuras que otras veces adoptan la forma de extrañas embarcaciones que, a punto de zarpar hacia ignotos destinos, hubiesen quedado varadas en las laberínticas dársenas del tiempo. Piezas de madera que tienden a adoptar formas orgánicas y asilvestradas, como si la remota memoria del bosque-madre circulara todavía por la savia de sus venas. Paisajes, en definitiva, en los que habita -en un fértil diálogo- lo natural y lo construído, el ritmo de las estaciones y la cosecha del hombre.
Junto a estas estretegias ya experimentadas, Merlo ha incorporado ahora la fotografía como una nueva forma de mirada. Una mirada de doble sentido, que parte de sus propias formas para reencontrarlas en construcciones abandonadas o en la propia naturaleza, en un proceso que tiene que ver con esa transmutación de la realidad que asoma en sus otros trabajos expuestos. La realidad que ahora, en virtud del objetivo fotográfico y de su virtual prolongación digitalizada, se traslada a otros escenarios, a otros ámbitos igualmente imaginados y re-inventados, dejando visible una nueva trama que, según sus propias palabras, "tejen la memoria y el sueño, y en la que algunas materias cambian su naturaleza por otra; el hierro es como la nube y el agua como el pensamiento...". La imagen fotográfica le permite conservar así ese sesgo de realidad (aún soñada) que convive con un aire de fantasía casi intangible. Tan intangible como el hierro, el agua, la nube o los laberintos del tiempo.
Sus pinturas acrílicas en tela, con una delicada batería de texturas y registros cromáticos grises, azules y ocres, dibujan signos ovalados y circulares, fragmentos de escalera y construcciones, huecos y orificios que nos sugieren extrañas bocas de energía y/o agujeros negros, más terrestres que espaciales. Las formas alargadas y rectangulares contribuyen a dotar a estos cuadros de un sabor a objeto, de unas cualidades casi escultóricas.
Las esculturas, como hemos dicho, pertenecen al noble linaje de la madera. La sola enumeración de los distintos tipos empleados (pino, khoto, iroco, acacia, danta, fresno, aliso, roble...) nos trae la musica olorosa de bosques ancestrales e imaginarios. Esos mismos mundos míticos y soñados, de los que estas piezas vienen a constituir algo así como un acta notarial de la memoria perdida. Objetos, herramientas (parafraseando a T.S. Elliot, dignas del "miglior fabro" poundiano...), utensilios de un tiempo pasado pero también eterno; restos de construcciones y vestigios arqueológicos de ciudades perdidas e invisibles -como la Linnia de Ítalo Calvino, en la que los edificios y los ojos de las doncellas están hechos de la milenaria madera del sueño. Estructuras que otras veces adoptan la forma de extrañas embarcaciones que, a punto de zarpar hacia ignotos destinos, hubiesen quedado varadas en las laberínticas dársenas del tiempo. Piezas de madera que tienden a adoptar formas orgánicas y asilvestradas, como si la remota memoria del bosque-madre circulara todavía por la savia de sus venas. Paisajes, en definitiva, en los que habita -en un fértil diálogo- lo natural y lo construído, el ritmo de las estaciones y la cosecha del hombre.
Junto a estas estretegias ya experimentadas, Merlo ha incorporado ahora la fotografía como una nueva forma de mirada. Una mirada de doble sentido, que parte de sus propias formas para reencontrarlas en construcciones abandonadas o en la propia naturaleza, en un proceso que tiene que ver con esa transmutación de la realidad que asoma en sus otros trabajos expuestos. La realidad que ahora, en virtud del objetivo fotográfico y de su virtual prolongación digitalizada, se traslada a otros escenarios, a otros ámbitos igualmente imaginados y re-inventados, dejando visible una nueva trama que, según sus propias palabras, "tejen la memoria y el sueño, y en la que algunas materias cambian su naturaleza por otra; el hierro es como la nube y el agua como el pensamiento...". La imagen fotográfica le permite conservar así ese sesgo de realidad (aún soñada) que convive con un aire de fantasía casi intangible. Tan intangible como el hierro, el agua, la nube o los laberintos del tiempo.