Jardines, naturaleza domesticada.
Jardines, dimensiones imaginarias.
Evelyn Hellenschmidt, Javier Rubio Nomblot, 2017
Sostengo que los jardines contribuyen a la buena vida al ser espacios “acogedores” para ciertas prácticas que “inducen” virtudes, en el sentido en que esas virtudes son “internas” a dichas prácticas, cuando estas son realizadas con la debida comprensión.
David E. Cooper. A Philosophy of Gardens. 2006
David E. Cooper. A Philosophy of Gardens. 2006
Es curioso que, al cabo de tantos años viviendo en una ciudad conocida fundamentalmente a causa de sus jardines –los Jardines del Príncipe, los de La Isla y las huertas históricas del Legamarejo, hoy, como toda la Ribera, en estado de práctico abandono-, la idea de este proyecto surgiera en espacios mucho más humildes y menos famosos, como el Jardín Botánico de Madrid o el patio del Museo Reina Sofía. Tal vez sea que en estos pequeños jardines, y porque están rodeados de todo aquello que es contrario al alma y el cuerpo del jardín –el asfalto, el aire impuro, el estruendo de las máquinas, el estrés, la ortogonalidad…-, uno aprecia mejor que cuando la visita al jardín, como sucede en el caso de los de Aranjuez, se asocia con la acción de salir al campo, que un jardín es siempre una isla, un remanso de tranquilidad, quietud y olor a plantas y a tierra, un oasis.
Un oasis en el mundo del arte. Eso he querido crear. Y esto porque además de creer, como todos los filósofos de todas las culturas desde la antigüedad, que el jardín nos proporciona un contacto con la naturaleza que es absolutamente necesario para nuestro bienestar físico y espiritual, pienso que como artistas, para seguir encontrando soluciones positivas a las incertidumbres de nuestra época, necesitamos –tal vez- reunirnos en un lugar en el que el arte –y nosotros mismos, así como los amantes del arte- exista aislado de esa cierta industria –una máquina atronadora, comparable acaso a la ciudad rugiente- que permite hoy su presentación, su comercialización, su difusión y su categorización, entre otras cosas. Y esto porque, en definitiva –y permítanme el apunte autobiográfico- necesitamos, como personas, como vidas, saber si existe aún en nosotros ese Jardín del Edén donde no caben las sonrisas forzadas, las angustias por las ventas y las críticas, las clases y los circuitos, los niveles, las relaciones interesadas o las invulnerables fortalezas hechas de cotizaciones, fondos de inversión, marcas y nombres.
Aranjuez es un buen lugar para presentar un proyecto dedicado al jardín como lugar de culto tanto a la naturaleza como al bienestar que nos proporciona entrar en contacto con ella: desde que Carlos I eligiera el sitio en 1544 “para en él fundar una casa de campo para su recreo”, tanto los Austrias como los Borbones fueron introduciendo mejoras en la ciudad, orientadas siempre al disfrute de los sentidos, al goce sensorial. Es, en efecto, una ciudad dedicada al placer, ya sea este visual o estético –a través de la contemplación de los palacios y los jardines-, ya del paladar y el olfato, las huertas-, ya de la carne: el Palacio Real atesora en efecto una colección de pintura galante al gusto francés. Pero si el jardín es ese punto preciso, acotado y acondicionado, en el que el hombre establece una (re)conexión con la naturaleza que hoy es más necesaria que nunca, es, también, en el mundo de los conceptos, una utopía: es la utopía del origen (el Jardín del Edén, la Arcadia…) y de la promesa del reencuentro con la felicidad perdida; y en el de las metáforas, es el espejo en el que los hombres, cualquiera que fuese su cultura, han contemplado su idea del placer, de la naturaleza, del orden y de lo indómito: la imagen de una vida ideal.
Por eso para esta exposición, que se desarrollará en un espacio cuidadosamente preparado para la ocasión en mi propia casa, ubicada en el Palacio de Medinaceli, he querido recuperar, en cierto sentido, el carácter íntimo e incluso ritual que deben tener una exposición y una inauguración. He escogido a ocho artistas a los que conozco personalmente y por cuyo carácter y obra siento especial afecto. Les he propuesto este tema, El Jardín, para que cada uno revele cuál es ese oasis, ese sueño, esa utopía que aún luce en medio de tanta tiniebla. He renunciado a toda publicidad y a enviar invitaciones: será una inauguración privada, clandestina en la medida en que no será conocida por los propios ribereños, a la que cada artista vendrá acompañado de un único amante del arte elegido por él mismo. Serán bienvenidos biólogos, botánicos, cocineros, paisajistas, poetas, en general todos cuantos cultivan disciplinas directamente relacionados con el entorno natural. He limitado la técnica a la fotografía y al objeto para que las obras se integren más armoniosamente en el espacio expositivo, que de hecho es un lugar que llevo dos años construyendo junto con mi compañero Julián, dedicado, también el, a la naturaleza, la hospitalidad, el bienestar y el placer de los sentidos. Por eso se ha puesto especial atención en la elección de los productos que se servirán en el ágape en el día de la inauguración. Por último, a este reducido grupo de invitados se le ofrecerá una breve obra teatral con títeres, El Maleficio de las Mariposas de Lorca, obra estrenada en 1920 y que se caracteriza por su total fracaso comercial, y una lectura de poemas.
En El arte de la Vida del sociólogo, filosofo polaco Zigmunt Bauman nos invita a tratar la vida como una obra de arte, a intentar construir con, por y en ella algo que sea bello y positivo. Tal vez sea esta, también, la metáfora que encierra el jardín: construir una vida bella y cuidar de nuestra vida como de un jardín. Eso es lo que trataremos de hacer, al menos durante esa velada.
Un oasis en el mundo del arte. Eso he querido crear. Y esto porque además de creer, como todos los filósofos de todas las culturas desde la antigüedad, que el jardín nos proporciona un contacto con la naturaleza que es absolutamente necesario para nuestro bienestar físico y espiritual, pienso que como artistas, para seguir encontrando soluciones positivas a las incertidumbres de nuestra época, necesitamos –tal vez- reunirnos en un lugar en el que el arte –y nosotros mismos, así como los amantes del arte- exista aislado de esa cierta industria –una máquina atronadora, comparable acaso a la ciudad rugiente- que permite hoy su presentación, su comercialización, su difusión y su categorización, entre otras cosas. Y esto porque, en definitiva –y permítanme el apunte autobiográfico- necesitamos, como personas, como vidas, saber si existe aún en nosotros ese Jardín del Edén donde no caben las sonrisas forzadas, las angustias por las ventas y las críticas, las clases y los circuitos, los niveles, las relaciones interesadas o las invulnerables fortalezas hechas de cotizaciones, fondos de inversión, marcas y nombres.
Aranjuez es un buen lugar para presentar un proyecto dedicado al jardín como lugar de culto tanto a la naturaleza como al bienestar que nos proporciona entrar en contacto con ella: desde que Carlos I eligiera el sitio en 1544 “para en él fundar una casa de campo para su recreo”, tanto los Austrias como los Borbones fueron introduciendo mejoras en la ciudad, orientadas siempre al disfrute de los sentidos, al goce sensorial. Es, en efecto, una ciudad dedicada al placer, ya sea este visual o estético –a través de la contemplación de los palacios y los jardines-, ya del paladar y el olfato, las huertas-, ya de la carne: el Palacio Real atesora en efecto una colección de pintura galante al gusto francés. Pero si el jardín es ese punto preciso, acotado y acondicionado, en el que el hombre establece una (re)conexión con la naturaleza que hoy es más necesaria que nunca, es, también, en el mundo de los conceptos, una utopía: es la utopía del origen (el Jardín del Edén, la Arcadia…) y de la promesa del reencuentro con la felicidad perdida; y en el de las metáforas, es el espejo en el que los hombres, cualquiera que fuese su cultura, han contemplado su idea del placer, de la naturaleza, del orden y de lo indómito: la imagen de una vida ideal.
Por eso para esta exposición, que se desarrollará en un espacio cuidadosamente preparado para la ocasión en mi propia casa, ubicada en el Palacio de Medinaceli, he querido recuperar, en cierto sentido, el carácter íntimo e incluso ritual que deben tener una exposición y una inauguración. He escogido a ocho artistas a los que conozco personalmente y por cuyo carácter y obra siento especial afecto. Les he propuesto este tema, El Jardín, para que cada uno revele cuál es ese oasis, ese sueño, esa utopía que aún luce en medio de tanta tiniebla. He renunciado a toda publicidad y a enviar invitaciones: será una inauguración privada, clandestina en la medida en que no será conocida por los propios ribereños, a la que cada artista vendrá acompañado de un único amante del arte elegido por él mismo. Serán bienvenidos biólogos, botánicos, cocineros, paisajistas, poetas, en general todos cuantos cultivan disciplinas directamente relacionados con el entorno natural. He limitado la técnica a la fotografía y al objeto para que las obras se integren más armoniosamente en el espacio expositivo, que de hecho es un lugar que llevo dos años construyendo junto con mi compañero Julián, dedicado, también el, a la naturaleza, la hospitalidad, el bienestar y el placer de los sentidos. Por eso se ha puesto especial atención en la elección de los productos que se servirán en el ágape en el día de la inauguración. Por último, a este reducido grupo de invitados se le ofrecerá una breve obra teatral con títeres, El Maleficio de las Mariposas de Lorca, obra estrenada en 1920 y que se caracteriza por su total fracaso comercial, y una lectura de poemas.
En El arte de la Vida del sociólogo, filosofo polaco Zigmunt Bauman nos invita a tratar la vida como una obra de arte, a intentar construir con, por y en ella algo que sea bello y positivo. Tal vez sea esta, también, la metáfora que encierra el jardín: construir una vida bella y cuidar de nuestra vida como de un jardín. Eso es lo que trataremos de hacer, al menos durante esa velada.