Las formas del viaje


Javier Maderuelo
El País, 1998
El viaje como tema del arte se consolidó con el Romanticismo y, desde entonces, se ha convertido en motivo recurrente muy querido por poetas, músicos y pintores, sin embargo, en el ámbito de la escultura ha resultado más conflictiva su adopción, dada la dificultad que entraña materializar algo tan escurridizo como es el desplazamiento.

Aníbal Merlo (Buenos Aires, 1949) afronta este problema al presentar unas obras netamente escultóricas, talladas en madera, en las que, utilizando un lenguaje medio abstracto medio orgánico, recrea los ecos y las nostalgias del viaje. Los viajes que animan estas obras no responden, por supuesto, a la acción del simple traslado del cuerpo de un lugar a otro, sino a la voluntad de recorrer unos itinerarios, de trazar unos caminos, de unir unos lugares que no se hallan en las cartografías del mundo real. Cada cuadro y cada escultura de Aníbal Merlo supone un viaje emocional a las profundidades subjetivas, por eso, estas obras se encuentran en las antípodas de las veduti del siglo XVIII y del paisajismo del XIX, ya que aquí cuadros y esculturas no tienen ni la misión de ilustrar los hitos de un recorrido ni son esquemas de un itinerario, sino, más bien, huellas anímicas del tránsito, ma terializaciones del discurrir del tiempo, figuras de la metamorfosis.

Muy particularmente, las piezas escultóricas poseen este interés. Sinuosas formas en madera tallada y policromada, insinúan recorridos o se configuran en estratos. Se convierten en objetos de formas sorprendentes, en signos de otros lugares que están atravesando el tiempo y el espacio para cobrar cuerpo como ofrendas que testimonian la distancia. Estas obras parecen querer establecer un periplo que se inicia en un fantástico mundo arcaico y que atraviesa la modernidad iniciando los primeros pasos de un nuevo camino que se inicia cada día ante nuestros pies.




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