Aníbal Merlo, Galería May Moré


Mónica Rebollar. 
Revista Lápiz - 192, 2003


En esta muestra, que hemos visto con antelación en la Fundación Antonio Pérez de Cuenca y en el Centro de las Artes del Ayuntamiento de Alcorcón, Aníbal Merlo ha depurado todas las formas en el camino que conduce a la materialización de los sueños. No hay recovecos, ni curvaturas ni zigzagueos. Las pinturas y las esculturas se han despojado de todo resquicio innecesario y constituyen espacios enigmáticos que nos dejan silenciosos, objetos extraídos de un pasado armónico que transcurría al ritmo lento de las estaciones. En las fotografías, los avances técnicos se ponen al servicio de un tiempo mítico, de paisajes engendrados entre la imaginación y la geología.

Las pinturas, casi siempre en tonalidades infinitas de ocres,tierras y grises, que se aplican con sutileza y transparencia, representan lugares hipnóticos, donde pudieran reconocerse rastros del desierto (hay escaleras interrumpidas en el aire que se elevan como esfinges sobre una superficie arenosa), de tierras volcánicas o lunares, de paisajes irreales entre nubes, materia, lí-quido o vapor, como los que en ocasiones brinda la ventanilla de un avión. Son paisajes cósmicos a cuyo encuentro asistimos maravillados; son estados del alma, no de una alma pequeña, sino de aquélla capaz de sostenerse tanto en las profundidades insondables del mar como en el vasto desierto sin menoscabo de sus facultades.

Nos preguntamos de dónde ha surgido esta iconografía, de qué fuente manan las escalas, los pozos, las rocas perforadas, las nubes, las arenas innúmeras. Quizá la escultura de Merlo pue-de darnos una respuesta. En ella, se reiteran las arquitecturas que recuerdan a los zigurats mesopotámicos, observatorios astronómicos en forma de torres escalonadas que pretenden ser vínculo entre el hombre y la divinidad. Se traduce a pequeña escala y al noble idioma de la madera el adobe de la arquitectura asiática. Incluso los pozos y fosos que profundizan en la idea subterránea -donde fluye lava o un líquido espeso que procede de las entrañas- conservan siempre elementos que tienden hacia lo alto, que mantienen una dinámica ascensional propia de la creación de Merlo. Esta dinámica se acentúa en las escaleras y edificios que presentan rasgos mesopotámicos: observatorios, torres o santuarios cuyos remates se elevan y semejan un órgano interpretando a Bach.

Los paisajes pictóricos y fotográficos también podrían manar de las fuentes del Tigris y el Eufrates. Merlo recurre a la dimensión mítica y espiritual que contiene un espacio geográfico, Mesopotamia, que hoy, convertido en Iraq, centra la atención internacional como blanco de guerra. Paradojas de la humanidad. Invocada directa o indirectamente por esta creación estaría a la vez esa otra mesopotamia de la Argentina natal de Merlo, el territorio que se extiende entre los ríos Paraná y Uruguay.

La madera exhala en las manos del artista la belleza y la fragancia de su origen y condición. Otros elementos que cultiva con su talla respetuosa son las naves, estilizadas, lanceoladas, exhibidas como una contradicción entre su función y la forma, pues a menudo su interior está perforado. Metáforas de la existencia como viaje y naufragio, remiten, más que al aciago Caronte, a las historias de Odiseo, los argonautas o Apolonio.

El escultor rescata las cosas del campo -utensilios, hojas, se-millas y frutos- del olvido en el que se están sumiendo. Ha debido de habitar en la tranquilidad de las hojas de los árboles para constituir una hoja de madera, como los antiguos pintores chinos, que aprehendían la esencia de cada elemento antes de interpretarlo con el pincel. Con el empeño de los héroes esforzados, Merlo realiza un ritual de salvación de un tiempo que es devorado por la vorágine urbana, un tiempo basado en la vida agraria, en la sucesión de los ciclos naturales, en el que se ha forjado nuestra civilización y los mitos que la acompañaron durante siglos. Se trata de un último intento de recuperar la conexión entre los trabajos y los días antes de que se pierdan en la noche de los tiempos.


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