Aníbal Merlo en la Galería Emilio Navarro



Nuria Inés Blasco,
Revista Formas Plásticas, 1989
Aníbal Merlo lleva camino, si no ha llegado ya, de convertirse en figura fundamental dentro de nuestra pintura. Uno siente una sensación como de vértigo, que recuerda a la que se experimenta ante la visión de un enorme desierto con unas pocas huellas desperdigadas, o de un pequeño planeta solitario gravitando único en la Vía Láctea. Porque Merlo, que expone de nuevo individualmente en Madrid en la Galería Emilio Navarro, nos ofrece una reflexión fundamental de paisajes interiores y exteriores con un acento parco de colores, pero tremendamente emotivos. Cuatro módulos inexplicables y al mismo tiempo exquisitamente francos y sencillos de «Aproximación al Abismo», una obra seria y compungida en «El Adivino», un guiño jeroglífico en «Pared y Enigma», el pequeño gesto cuadrado en una marabunta de tonos marrones de «La señal». El misterio siempre está presente. El enigma se desnuda y disfruta danzando espontánea y orgullosamente por el trasfondo de su obra. Su mundo esta lleno de paisajes de increíble sobriedad, porque su técnica mixta se completa con colores de minerales, extensas gamas de grises y ocres, platas seleníticas y rocas frías. Tonos salidos de la tierra, que sin embargo se resuelven en misteriosos panoramas con un algo muy grande de extraterreno, de pertenecer al más allá. Tal vez sea, sobre todo, porque Merlo es consciente de la necesidad de hacer de sus paisajes un mundo propio y diferente, que se entronque directamente con sus más ocultas imágenes, con las que le surgen de dentro del corazón.



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