Sobre el jardín

Alejandro Merlo, 2010

"A menudo, desde que era niño, yo había oído mencionar la historia de mi antepasado, que tras una vida de viajero en la que había atravesado océanos y también cordilleras, había destinado todas sus energías a la construcción de un monumental jardín. A pesar de mi ocasional interés, nunca había conseguido averiguar gran cosa acerca de los detalles de este proyecto. La escasa información que obtuve sobre el asunto durante mi juventud, fue siempre por breves alusiones de mis mayores, que evitaban hablarme del por qué, el cómo y el dónde de aquel jardín; nunca supe si su silencio se debía al desconocimiento o a querer evitar explicaciones incómodas.

No fue hasta años más tarde, cuando al tener entre mis manos los legajos familiares que me quedaron en herencia, pude comenzar a descubrir la naturaleza de aquel viejo proyecto. Encontré esbozos, planos, cálculos y desarrollos que me mostraron cómo para su construcción, mi ancestro había requerido conocimientos y destrezas de geología, geografía, botánica, bioquímica, herrería, alquimia, óptica, e incluso de astronomía; disciplinas todas desconocidas para mí. Ayudado por ciertas glosas y comentarios anotados en los márgenes de los planos, llegué a la conclusión de que mi antecesor se había propuesto reflejar en su jardín la estructura íntima del mundo. Entre los papeles de mi familia encontré también una recopilación de textos, extraídos de fuentes muy diversas, que recogían impresiones de visitantes, relatos y crónicas hechas por viajeros, y noticias diversas en torno al jardín. Si bien los testimonios diferían entre sí y eran en ocasiones contradictorios, fue a través de ellos como pude comenzar a hacerme una idea del aspecto de aquel mítico parque. En su afán por reflejar las formas internas del mundo, mi ancestro había ideado un jardín escindido, que proponía al visitante dos caminos radicalmente distintos, elaborados con técnicas y estilos diferentes.

En uno de los caminos el artesano había ambicionado reflejar el mundo celestial de las ideas, la esfera de la realidad que los antiguos llamaban "supralunar", donde el tiempo no transcurre, o bien donde el tiempo está contenido por entero en el movimiento circular de cada ser. Esta esfera se hace visible al ojo humano en las estrellas, y en los itinerarios cíclicos que dibujan en la bóveda celeste; los conocedores de esta antigua doctrina comprenden que estos movimientos recurrentes no son más que la manera en que la realidad inmóvil de las ideas se presenta al ojo humano.

Utilizando con destreza un mineral cristalino, mi ancestro había forjado una colección de magníficas estatuas, cuyas superficies planas y de curvas perfectas evocaban flores desgajadas de la esfera celeste. Algunos de aquellos monumentos aparecían quebrados en el suelo, como si el tiempo o el descuido los hubiera hecho caer de sus pedestales. Pero al contemplar los pliegues perfectos y geométricos de aquellas supuestas ruinas, algunos viajeros habían concluido que las dobleces imposibles eran obra de la mano del viejo escultor, que sólo de esta manera habían conseguido trasponer en el espacio humano aquellos arquetipos del hiperespacio.

Los que escogían el otro camino se encontraban con un paisaje radicalmente distinto. En él, el creador había querido situar al hombre frente a la naturaleza intrínseca de la materia terrena, que estánsometida al transcurso implacable de un tiempo que la obliga a germinar, crecer, transformarse y perecer. En vez de figuras esculpidas con primor, el paseante atravesaba en este segundo camino paisajes salvajes, en ocasiones grotescos; enormes montañas que parecían retorcerse, y que según muchos de los testimonios, daban la impresión de moverse cuando uno no las miraba. Los materiales utilizados en esta parte del jardín eran variados y en ocasiones irreconocibles, los paisajes parecían en ocasiones hechos de roca, en otros parecían estar hechos de materia orgánica en constante crecimiento. La vida florecía aquí y allá entre los promontorios, y entre las rocas era frecuente percibir destellos de color, quizás estelas de animales que se escabullían, o rastros de la acción humana. Algunos aseguraban haber visto incluso figuras humanas, habitantes del jardín, que llevaban a pensar que quizás mi ancestro más que fabricar este segundo camino, lo había descubierto y puesto a la vista del paseante. Si bien la mayor parte de los cronistas evocaban el tamaño gigantesco y abrumador de los paisajes, algunos hablaban de intrincadas miniaturas. Así, me fue imposible hacerme una idea de la escala real de este segundo jardín.

Había muchos otros elementos inquietantes y extraños en los noticias en torno al jardín bifurcado. Se decía por ejemplo que algunos exploradores habían quedado irremediablemente perturbados por su viaje, y durante el resto de sus vidas sentirían a menudo que se hallaban de vuelta en el jardín dividido.

Obsesionado por los relatos encontrados en los papeles familiares, me embarqué en una investigación para tratar de averiguar algo más acerca de la naturaleza del extraño proyecto de mi ancestro. Descubrí que la fama del jardín había ido mucho más allá de mi familia, y que otros como yo habían dedicado enormes esfuerzos a tratar de establecer la naturaleza y los propósitos del proyecto, y a situarlo en el tiempo y en el espacio. Se había incluso creado una cierta tradición de estudios en torno al asunto, marcada por una serie de polémicas eruditas.

Por ejemplo, el análisis filológico de los relatos de viajeros llevaba a los expertos a clasificar algunos de ellos como apócrifos, considerándolos transmisiones en ocasiones equívocas de crónicas anteriores. Esto había conducido a algunos expertos a sostener la opinión polémica según la cual el jardín construido por mi antepasado era uno sólo. Señalando que la naturaleza dual del jardín sólo aparecía en las crónicas a partir de una cierta época, avanzaban la hipótesis según la cual el mito del jardín bifacético era sólo un lejano reflejo de las maneras divergentes en que los viajeros originarios habían relatado su paseo por un único camino. Había expertos que iban más lejos, y afirmaban que las crónicas del jardín dividido amalgamaban en realidad descripciones de viajes a planetas distintos, que nada tenían que ver los unos con los otros, y que por tanto el jardín era en realidad una ficción, atribuyendo así un carácter mítico a mi ancestro. O bien, según una corriente emanada de la anterior escuela, el jardín era coextensivo con el mundo, y en ese caso, los relatos que lo describían sintetizaban en la figura del doble jardín el conocimiento humano del mundo aportado por los exploradores.

Pero de entre todas las teorías, la más disparatada pero también la que más ha conseguido perturbarme es la de ciertos cultos sectarios que retrotraen la fabricación del jardín al origen de los tiempos, y atribuyendo a mi antepasado una cualidad demiúrgica, consideran que la fabricación de los jardines coincidía con el origen del mundo en que vivimos. Saber que mi antecesor era venerado como un demiurgo por ciertos iluminados me produjo desconcierto, pero reconozco que también me hizo sentir un extraño orgullo.




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